martes, 15 de junio de 2021

Nunca se sabe a la madrugada

Ilustración de Johan Valencia
 

Por, José Vazul

(Fragmento del Cuento, publicado en el libro de cuentos Madonna También es Lenta).

Despierto asustado de una pesadilla. Con el sabor metálico que siento, recuerdo el empalague que producen los altos niveles de grasa en mi estómago. En el sueño una voz me sembró una inquietud severa: “el hilo de la creatividad se agota, la escritura termina”. Decido ducharme, limpiar la melaza que preserva mi cuerpo dentro de la burbuja que acaban de extirpar, y por alguna razón el agua me trae el recuerdo de mi ex. Creo que un jugo de cuatro mandarinas con hielo distraerá las ganas que tengo de cuerpo.

Son las 3 am. En mi habitación recojo el portátil, el mouse y los auriculares para ir hasta la sala de la casa. Allí la luz les evitará molestias a los cuartos vecinos. Mis manos necesitan trabajar: un poco de escritura volátil, porno y chat por si resulta algo más que una buena paja.

Inicio enumerando las posibles causas que dañan mi sueño: noche de cervezas y bla-bla-bla con mi mejor amigo, David; la grasa de las alitas apanadas que comí con él; la conferencia que este dio sobre las etapas del Alzheimer; el bochorno de la madrugada; haber terminado con mi ex, Paula. Nada qué hacer, lo sabía, era tardísimo para la digestión  y puede ser que confunda la pesadez con la ansiedad sexual.

Al abrir los ojos, asustado por la pesadilla, lo primero que pensé fue que mi capacidad comunicativa se irá al trasto y empezaré a despedirme de las palabras, una por una. Y, recuerdo que la voz del sueño, no dejaba de azuzarme repitiendo: “el hilo creativo se agota-el hilo creativo se agota-el hilo creativo se agota”. La pérdida de la memoria sintáctica, fue la parte más difícil de comprender en la conferencia de David. Eso no fue para nada justo: “perder la memoria sintáctica es como entrar a la casa de alguien y ver que todo flota sin chocarse hasta desaparecer” (¿agujeros negros en el espacio real terrestre?, no sé); “como embolatarse en la luna, como una mano que sin permiso entra a tu cerebro para arrancar y arrugar las neuronas que luego tirará a la basura” (más o menos ir sacando cero en lingüística); entonces, ¿para qué molestarse en aprender? Y, David, cerró la idea: “Las palabras se marchitan como las flores que relucen a media agua preservadas en un cristal”.

A pesar de todo, supe esquivar la bateada para escuchar con atención el resto de su charla. Me parecía que hablaba de personas que van cayendo por un abismo o que están sentados en el borde en un estado perenne de desolación, o que a su vez van desmadejándose en la caída, desconociendo al tiempo, el abismo y la caída.  Algo así, como morirme frente al computador sin alcanzar a eyacular por última vez.

La sensación de angustia me devuelve al presente e intento convertirla en escritura para embolatar el insomnio procrastinando con porno y chat: tetas ateridas de frío, dedos lubricados en saliva entrando en vaginas pulposas, culos vibrando.

Ya no intento lo de leer para coger sueño. Cuando el frío me despierta, sólo con abrigarme es más que suficiente para seguir durmiendo. Todas las razones juntas pueden causar una alarma emocional contundente. Ya sé que al deseo no lo sacio a punta de pajas o mordiéndome los labios. También, sé que la decisión con Paula fue rotunda como para insistir llamándola. De un descuido a otro. De un olvido a otro. La relación con ella siempre fue inestable. Está bien, está bien, me confieso: he sido yo quién le ha dicho: no va más, no sé de qué va esto contigo, yo lo siento en verdad. Ella ni se inmutó, le facilité el camino para cumplir algo que le daba igual resolver.

La sensación de mi corazón acelerado me vuelve monotemático ¿Por qué la pensadera no se da en otro momento del día? Mi cabeza se carga de sucesos inesperados sobre los que nadie ha pedido reflexionar. Si me dejo coger por el susto, me veré viajando en un bus escolar deteriorado sin vidrios en las ventanas, en el que me acompañan uno que otro zombi que come sus propias vísceras. Genial, adiós desodorante, ropa sucia, cepillo de dientes y seda dental; hola nicotina por montones, café, disminución del apetito. Amo esta ruta. No hay quién frene la mente. Con el hilo creativo se pueden ir los besos que no llegan; y, la paja, es el mejor remedio para quedarme seco y dormir. Las últimas imágenes, consciente antes de quedarme dormido de nuevo, serán por montones: tetas ateridas de frío, dedos lubricados entrando y saliendo en vaginas pulposas, vibradores que hacen gemir, culos rojos de nalgadas, chorros y más chorros contra la pantalla del portátil, mis dedos tecleando, mi boca sudando. Extraño el olor de sus cuerpos y lo peor que puede pasarme es que el frío mengüe este calor.

Decido relajarme y de pronto masticando un hielo aparece un duende que apaga el interruptor de mi procrastinación. Decido conectarme con mi lado oscuro. El chat ilumina de blanco mi rostro y por fin una chica me sigue el juego: Dama Nocturna, decide invitar a su casa a Noctambulo Ardiente. Doy ctrl+G al texto en Word, y me concentro total en el presente, luego de una breve charla de urgencias sexuales con archivos adjuntos y un video en vivo: sus pezones sobresalen tiernos y duros como mis tetillas ¡qué rico!; me muestra su rostro angelical, perfecto; mis tetillas empiezan a sentir que quieren sus mordiscos; es delgada pero carnuda; mis manos se tensionan de estrujarme la polla roja de emoción; su lengua moja labios carnosos, mi boca desea devorarla; me envía de nuevo foto de teticas, re envío foto de polla lubricando a punto de estallar; después, le digo que deseo un primer plano de su vagina, de su rajita, que delicia; espero y mientras tanto le envío primer plano de mi cara de lobo queriendo devorarla a lengüetazos; primer plano de mis manos apretando la polla ensalivada, ritmo, ritmo, ritmo. Su cámara se desliza pasando por el ombligo hasta que llega a una polla carnosa y empiezo a jadear en teclas; ella escribe un ¿vienes? Yo un ¡Sí, de una! Y queda claro lo sediento que estoy. Sugiere que lleve algo de tomar como para aflojar más rapidito. Y, no sé por qué ya listo para arrancar en mi carro, descubro que he decidido llevarle sólo unas cuantas mandarinas.

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