Don Pedro y Su familia
Redactó: José Rodrigo Valencia Zuleta
Editó: María Fernanda Bolaños Muñoz
Es una tarde normal en Cali justo en la colina de Sn. Antonio. Regularmente
aparecen personajes que te quieren vender una canción, te traen el cigarro
hasta tu descanso sin dejar de ofrecer la gaseosa o la cerveza pa’tener algo
que beber con la muchacha. La muchacha es mi compañera de universidad que esta
contándome el transcurso de los últimos días. Y, ésta que aquí les presentamos,
es una de las que hemos escuchado. No se está pidiendo que llegue la historia.
Ella sola aparece sin preverla.
A don Pedro ni se le sintió llegar cuando apareció frente a nosotros
ofreciendo excusas por la interrupción. Él tan sólo está pidiendo una
colaboración, no es ni dinero en sí, no es algo pal mercado de la familia, ni
pá’l vicio, es para… “usted me sabrá disculpar jovencita… yo lo que necesito
es ayuda para comprar leche que está necesitando el nieto. Tiene setenta días
de nacido y ha estado con malestar, nos dijeron que le diéramos leche caliente
con canela para que el niño pueda dormir. Somos catorce, éramos quince al
principio del viaje o mejor dicho cuando recibimos la visita. Llegamos hoy a
las 3 p.m. Me llamo Pedro y venimos de Istmina, Chocó. Lo que usted joven y
usted señorita nos puedan brindar va ser para ofrecerle algo al pequeño que lo
está necesitando”.
Así empezó su historia. Pidiendo una colaboración. Extrañamente uno a
todo el mundo quiere ayudar, pero hay gente que no hay cómo, porque ellos solos
no se ayudan. Con don Pedro, fue distinto, este hombre viejo, cansado, se ve
que pide por necesidad. Él se sintió muy agradecido por la colaboración
recibida, aunque en realidad, quería seguir contando su historia, desahogarse.
Y eso fue lo que empezó hacer.
“Vea es que es muy duro esto de pedir cuando uno lo ha tenido todo. La
gente aquí no sabe de razones y uno dice que es normal. Pues uno sufre por las circunstancias
que no son nada fáciles. Desde hace un buen rato ando en estas. Vengo de una
tienda de por aquí, al tendero le dije lo mismo que les he contado a ustedes y
me dijo que la leche que él tiene es pa’vender y que cuesta mil setecientos
pesos, que si los tenía con mucho gusto me la vendía, y pues ya ve. Cada uno en
lo suyo, uno dice, pero tampoco pa’que le hablen así a uno. Se ve uno obligado
a pedir pa’poder solucionar las cosas. Cuando en el pueblo me tocó hablar, eso
fue hace dos días, con el procurador de allá, diciéndole que me tenía que
llevar a mi familia porque nos habían sacado los paras. Él lo que me pudo
responder fue con una carta, que eso era lo más que me podía ayudar, y eso que
por ser a mí. De lo contrario, no hubiera hecho nada, ni siquiera hablar. Y
tengo esta carta por entregar aquí. Tiene que ser directamente al procurador de
acá de Cali, porque de lo contrario el que se mete en problemas es él; tanto
que podrían llegar a destituirlo, y yo, imagínese tengo que ponerme en eso para
ver que soluciono. Pero estamos recién llegados. A mi me da mucha rabia. Yo de
una pensé, apenas él me dio esa carta así con tanto perendengue: ¿cómo es que
su único apoyo tenga tantas trabas, así nada más, sin pensarlo, para poder
obtener ayuda en esta ciudad? Todo tan misterioso, que hasta él puede llegar a
perder su puesto como procurador. El mensaje va al tal fulano procurador de acá
de Cali al que también hay que buscar directamente. Porque esta carta es por
transacción de amistad, dando fe que soy conocido del Procurador de Istmina,
que fue compañero de colegio del Procurador de Cali, que le debe algún que otro
favor a su vez. ¿Díganme si no es muy raro concluir quién es el que tiene que
ver
directamente con este cuento que pasamos muchas familias del campo? Vea joven,
uno nunca se imagina que le va a tocar a uno estas vainas. Esa carta es lo
único que puede solucionar mi situación o capaz así mismo de empeorarla”.

“Al otro día, él trabajó como si nada: se despertó a lo reglamentado,
trabajó bien como siempre. Le pregunté que cómo había dormido, y que bien don Pedro,
muchas gracias. No se le veía trasnochado ni tufo mucho menos se le sentía.
Bueno, la noche de ese día me craneé como pistiarlo. Los despaché a descansar,
me entré, probé bocado y le dije a la mujer: Mija, ya vengo voy a ver cómo
están los trabajadores, y ella bueno mijo. Salí, cogí el fierro, porqué uno
nunca sabe y me trepé a un árbol. Confirmado, el muchacho salió al rato a eso de
las diez de la noche. Llevaba harto rato vigilando y el muchacho, arreglado
como quién ha salido del trabajo a descansar a su casa, cogía camino pal monte,
yo lo seguí, me encomendé a los Santos, y hágale en medio de la oscuridad.
Fíjense ustedes la decepción que me vine yo a dar. Había caminado tras él un
kilómetro y medio, póngale –eso allá es nada-, la vaina es lo oscuro, pero eso
es territorio de uno conocido, cuando se veía una casucha a lo lejos desde
donde me quedé observando, casucha a la que el entró sin clave, sin una señal,
sin nada, como perro por su casa, casa de paracos, joven. El susto que yo me di
no es cosa de explicar, jovencita. Uno sabe que deben tener una contraseña para
identificarse en esos campamentos. Pero él, no. Les cuento pues muchachos, me
devolví a esperarlo a ver a qué hora regresaba. A eso de las dos o tres de la
mañana él estaba entrándose a dormir. Yo me dije que tenía que salir de él de
una, y que a eso no le podía dar largas, porque esa es gente con la que no hay
que tratar y menos pa tenerle a bien en la casa de uno”.
“Preocupado, me fui a dormir pensando en cómo salir de este embrollo. La
mujer me preguntó de muy buena manera qué son esas horas de entrarse y a mí me
tocó decirle de una que no me preguntara nada, que no le iba a responder, que
me dejara a mi solo con mi quebradero de cabeza. Ella se quedó preocupada, pero
luego entendió que yo no me podía poner a alarmar a nadie. Debía encontrar la
manera de solucionar eso. Sin dormir, llegando las primeras luces del día, se
me ocurrió ir a decirle al compadre, que trabaja en la plaza del pueblo, allá
donde descargan todo, y que de vez en cuando presta plata, que dijera, llegado
el momento que le preguntaran por mí, dijera que yo andaba debiéndole una
plata. Que yo mismo le había pedido que me diera una espera para poder
responderle. Eso con el fin de poder sacar a este muchacho y por ahí derecho
sacar a los otros, decirles que con ellos no podía trabajar
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“Me quedé un poco más tranquilo, que no del todo, porque sabía que eso
no se iba a solucionar así de fácil. Por eso busqué hacer las cosas de tal
forma para que cuadrara todo. Tanto, como que a mi compadre le fue a preguntar
una muchacha, justo dos días después de yo echar a ese muchacho, que si sabía algo
de trabajo. Que había escuchado que don Pedro estaba necesitando gente, o va a
cambiar de personal y estoy necesitando. De pronto vaya y le sirva pal trabajo
un tiempo. Mi compadre que ya estaba avisado le respondió con lo que habíamos
acordado, yo le había explicado como era el maní y él le respondió: no mi niña,
si antes me está debiendo una plata a mí. Quedó en pagarme la otra semana, si
es que le revienta algo por otro lado. Porque tiene que responder por unas
facturas y sé que sacó a los trabajadores que tenía. Pues le ha mermado
bastante el trabajo. No me diga, le dijo ella. Él se quedo de tres piezas y me
contó a mí luego la vaina, diciéndome que pa lo que fuera él me ayudaba, que
con esa gente había que ir hilando fino, no fuera ser pa problemas. Ya sabíamos
ambos de qué gente estábamos hablando”.
“Vea usted como se fue agrandando eso. Que en siete meses, porque desde eso
me di cuenta que éste muchacho estaba era de infiltrado. Ha pasado este tiempo
y ya estoy fuera de mi finca con mi familia. Vivíamos quince y a los quince nos
tenían vigilados. Cuántos éramos, de dónde veníamos, hace cuánto vivíamos allí,
todo lo qué teníamos, dónde estudiaban los jovencitos. Resulta que sin saberlo
un primo mío venía de visita, ya había nacido el bebé de la hija. Cuando una
mañana se apareció él en la puerta y yo me quedé extrañado por su parte de la
historia y por la parte mía. Resulta que él cuando se fue a montar a la chiva
pa venirse pa la finca, un hombre se le arrimó y le dijo:
-Quiubo hombre, Pascual, qué hay de Pedro, no me diga que va de visita?-
Y mi primo, pues que sí, que él va pa’ya, que cómo sabía y que quién era.
-Mucho gusto “Fulanito”, yo soy vecino de don Pedro y me ha hablado de usted…
usted viene de Pereira,
-Si, de allá soy y pues mucho gusto hermano
-Si, yo vivo ahí pegado de su primo. Cómo son la misma estampa lo
reconocí…

“Así son las cosas y a uno sin saber por todo lado lo están viendo. Mire
no más esa niña, que preguntó por trabajo luego de haber echado al otro. A esas
niñas, ¡porque son unas niñas!, son a las que más miedo hay que tenerle. Esas terminan
siendo comandantes y son tremendas esas niñas con armas. Es como si les
metieran una lavada de cerebro, pa’ponerlas a matar lo que se les atraviese. Al
compadre le toco ver como una niñita de esas le volaba tiros a un vecino en la
plaza del pueblo. Del tiempo que este muchacho estuvo trabajando conmigo, al
año se empezaron a ver las tropas de paracos. Luego de la llegada del primo fue
que me empezaron a amenazar, que buscara pa’donde irme. Ahí fue que me toco
decirle a la mujer lo qué había pasado con el trabajador. Lo que había tramado
pa’sacarlo”.
“Una mañana, temprano, mi hermano, Alfonso, estaba ordeñando las vacas. Cuando
los vio llegar y le dijeron.
-Reúname a toda la gente de la casa. Venimos con hambre, necesitamos comer
y que nos laven los uniformes.
-Señor –contestó mi hermano- Qué pena con usted, pero ahora las mujeres
de la casa no están y sólo estamos mi hermano y yo. No creo que vayamos a poder.
-Entonces, hagámolo fácil, denos unas tres vacas y nosotros nos vamos.
Lo hicimos. No dijimos nada en la casa. Azarados si estábamos, pero no sabíamos
qué hacer. Volvieron días después. Una noche tocaron a la puerta, yo fui a
abrir, acompañado de mi hermano que dormía en la sala de la casa:
-Buenas noches –habló el comandante de la zona,
porque así se presentó de una- necesitamos que levante a la gente de la
casa pa’que nos preparen comida y nos atiendan, somos nueve.
Yo, que traté de disimular esa llegada inesperada de esta gente, que lo
cogen a uno desprevenido, llegué y les dije que eso no se iba a poder porque
aquí no estoy si no yo y mi hermano y no hay quién los atienda. En eso salió la
hija con el niño en brazos a preguntar quién era y se encuentra es con esa
gente armada
-Vea cucho, no nos vaya a salir inteligente ahora, usted sabe que es lo
que tiene qué hacer y si no ahí le dejamos un mensaje…
Le dispararon a mi hermano. No supe qué hacer. No me moví, diga usted, como
por quince segundos, miraba el fierro colgado en la pared a sabiendas de que
era bobada enfrentarse a esa gente… uno quiere es salvar a la familia y de entrada
ya la están acabando. Veía a mi hija que se quedó paralizada después del grito
que dio casi mudo acordándose de que tenía al niño en brazos.
Cuando yo estaba mirando el machete, dice el comandante haciendo a un
lado el cuerpo de mi hermano como si fuera cualquier cosa.
-Evítese líos hombre –Dijo mientras yo pensaba en
mi hermano que no tuvo tiempo ni para convulsionar, no tuvo tiempo ni de dar
una última mirada pa´darse cuenta de lo que pasaba…
-Deme tiempo recogemos nuestras cosas pa irnos…
-Ojo, que no se llevan si no lo necesario, ya todo
está contabilizado. Tiene quince minutos pa’desocupar.
“Con mi primo dijimos que debíamos darle sepultura a mi hermano, porque estos
tipos no iban a hacerlo y las historias que cuentan es que les meten sierra a
los cuerpos, o les echan ácido a las yemas de los dedos y les sacan los ojos
para que no los reconozcan luego. Y eso es poquito. Entonces yo le dije, vea,
arranque y váyase con los demás yo me quedo en esto. Él dijo, pues que no, que
de aquí nos vamos todos y ninguno se va a quedar atrás. Ya perdimos a Alfonso,
no te vamos a perder a vos también. Y si es que nos van a matar, entonces que
nos maten a todos”.
“Lo hicimos. Partimos con lo poco que podíamos cargar. Allá se quedó
todo. Diez años de trabajo. Veinte hectáreas, diez vacas, dos marranos, los sembrados,
la casa, todo se quedó allá. Nos trajimos una carta que -guardo la esperanza-,
me pueda servir. En esta ciudad no conocemos a nadie y estamos acá atrás por el
acueducto. Llegar aquí no es fácil. Y saber, que se hace parte de una historia
de violencia, en la cual a una minoría –que cada vez más se vuelve mayoría- le
toca la peor parte, es mucho menos fácil. Tanto sufrimiento que está pagando el
justo por el pecador… Y, jovencita, joven: Gracias por escucharme”.
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