martes, 3 de junio de 2014

Resonancia Primera ©


En síntesis se puede decir que los hijos, las hijas, repiten el modelo de enseñanza de sus madres y padres. Ellos y ellas hacen o harán lo que vieron hacer a los adultos de su contexto más próximo o lejano, repetirán patrones, moldes, practicarán modos de hacer y solucionar, de victimizarse o de agredir; también, adquirirán bellas y sanas formas de ser que les costará sacar a flote.

Por eso resulta vital comprender que los adultos somos el futuro de los niños y no a la inversa. Sabe a suela de zapato el uso del lugar común de que los niños son el futuro de la sociedad, de la matria-patria. Podríamos pensar entonces que quienes logren concientizarse lo suficiente cortarán los viejos hábitos, las costumbres insanas o las tradiciones innecesarias, lograrán cambiar su propia historia y la de sus semejantes, potenciando el surgimiento de nuevos seres. 

Hacer lo contrario de los antecesores no significará negar a la familia, al contrario revitalizará lo enseñado por parte de los primeros formadores. Deberán tener claro que es necesario ir en contra vía para construir un entorno diferente. 

Ahora, de no contarse con padre o madre en la formación ¿se logrará algo distinto? ¿Qué tan importante puede ser la presencia del padre en la formación del hijo o la hija? ¿Qué tan importante la madre?. Dicen que padre es el que cría y que concebir es otro cuento. Podríamos pensar esto como algo justo, si entendemos que la formación y la educación que recibe aquel o aquella que crece en la orfandad, será eso y sólo eso lo que le salvará y guiará a tomar las mejores decisiones. La vida misma se encarga de poner a cada uno en el lugar al que pertenece. Que belleza que un golpe nos forme tanto como una caricia. Ambos serán propicios en el momento en que lleguen.

Cada persona es un mundo, sólo llegamos a parecernos en las curvas y eso nos alienta. Lejos estará de esta mirada quien se piense todo el tiempo desde la comparación con los otros, pues bien es cierto que cada experiencia opera de forma diferente en las emociones y en el temperamento. Esto explica que encontremos vecinos, amigas, desconocidos, creciendo o crecidas sin la “seguridad” que brinda en nuestra sociedad la figura del padre o de la madre. El padre, por ejemplo, que es más una esencia, la energía masculina del mundo, de la tierra (Robert Bly) puede venir a nuestras vidas de formas inesperadas y en la prudencia del tiempo.

Recordemos el nacimiento de Cristo, quien crece sin padre natural porque es concebido por Dios (no es cualquier polvo callejero) y criado por José, El Carpintero, padre adoptivo por ordenanza de los cielos (¿quién fue ese tal Dios en la historia de María? O, como se dice por ahí, ¿fue inseminación artificial preconcebida por extraterrestres?). Algo así como que: ¿A Dios le quedó grande entenderse con la educación de su hijo, nuestro insuperable mesías?

La esencia del padre, sea modelo-figura-esencia-energía, propicia el equilibrio para quien desde niño sabe observar y aprende a escuchar con verdad. Robert Bly, autor del libro Jhon Iron, nos explica que de no haber un padre aparecerá “el hombre primitivo”: la vida misma, un hombre padre hecho metáfora, una voz masculina que guiará a la persona hacia su verdad. 

Por lo tanto me pregunto de dónde vendrá toda esta filosofía que nos dice que hay un padre y, que sólo con él, unido a la madre, el niño o niña podrá ser gente de verdad ¿Necesidad de vigilancia, de Dios para ser gente? ¿De cuál Dios? ¿Escasean los encuentros con el hombre primitivo? ¿Estamos preparados para reconocer la presencia del hombre primitivo en nuestras vidas?

Pareciera que el resentimiento por no haber un padre o madre, se convierte en un problema que se origina en la formación que se recibe en el hogar y bien es cierto que nadie nace aprendido. Pues hay quienes teniéndolos, como sea que se los haya regalado el universo, desaprovechan sus presencias, sus palabras y sus desvelos.

Referencias Bibliográfica: Jhon Iron, de Robert Bly

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