Ilustración de Johan Valencia
Por, José Vazul
(Fragmento del Cuento, publicado en el libro de cuentos Madonna También es Lenta).
Despierto asustado de una pesadilla. Con el
sabor metálico que siento, recuerdo el empalague que producen los altos niveles
de grasa en mi estómago. En el sueño una voz me sembró una inquietud severa: “el
hilo de la creatividad se agota, la escritura termina”. Decido ducharme, limpiar
la melaza que preserva mi cuerpo dentro de la burbuja que acaban de extirpar, y
por alguna razón el agua me trae el recuerdo de mi ex. Creo que un jugo de
cuatro mandarinas con hielo distraerá las ganas que tengo de cuerpo.
Son las 3 am. En mi habitación recojo el
portátil, el mouse y los auriculares para ir hasta la sala de la casa. Allí la
luz les evitará molestias a los cuartos vecinos. Mis manos necesitan trabajar:
un poco de escritura volátil, porno y chat por si resulta algo más que una buena
paja.
Inicio enumerando las posibles causas que dañan
mi sueño: noche de cervezas y bla-bla-bla con mi mejor amigo, David; la grasa
de las alitas apanadas que comí con él; la conferencia que este dio sobre las
etapas del Alzheimer; el bochorno de la madrugada; haber terminado con mi ex, Paula.
Nada qué hacer, lo sabía, era tardísimo para la digestión y puede ser que confunda la pesadez con la
ansiedad sexual.
Al abrir los ojos, asustado por la pesadilla,
lo primero que pensé fue que mi capacidad comunicativa se irá al trasto y
empezaré a despedirme de las palabras, una por una. Y, recuerdo que la voz del
sueño, no dejaba de azuzarme repitiendo: “el hilo creativo se agota-el hilo
creativo se agota-el hilo creativo se agota”. La pérdida de la memoria
sintáctica, fue la parte más difícil de comprender en la conferencia de David. Eso
no fue para nada justo: “perder la memoria sintáctica es como entrar a la casa
de alguien y ver que todo flota sin chocarse hasta desaparecer” (¿agujeros
negros en el espacio real terrestre?, no sé); “como embolatarse en la luna, como
una mano que sin permiso entra a tu cerebro para arrancar y arrugar las
neuronas que luego tirará a la basura” (más o menos ir sacando cero en
lingüística); entonces, ¿para qué molestarse en aprender? Y, David, cerró la
idea: “Las palabras se marchitan como las flores que relucen a media agua
preservadas en un cristal”.
A pesar de todo, supe esquivar la bateada
para escuchar con atención el resto de su charla. Me parecía que hablaba de
personas que van cayendo por un abismo o que están sentados en el borde en un
estado perenne de desolación, o que a su vez van desmadejándose en la caída, desconociendo
al tiempo, el abismo y la caída. Algo
así, como morirme frente al computador sin alcanzar a eyacular por última vez.
La sensación de angustia me devuelve al
presente e intento convertirla en escritura para embolatar el insomnio procrastinando
con porno y chat: tetas ateridas de frío, dedos lubricados en saliva entrando
en vaginas pulposas, culos vibrando.
Ya no intento lo de leer para coger sueño.
Cuando el frío me despierta, sólo con abrigarme es más que suficiente para
seguir durmiendo. Todas las razones juntas pueden causar una alarma emocional
contundente. Ya sé que al deseo no lo sacio a punta de pajas o mordiéndome los labios.
También, sé que la decisión con Paula fue rotunda como para insistir llamándola.
De un descuido a otro. De un olvido a otro. La relación con ella siempre fue inestable.
Está bien, está bien, me confieso: he sido yo quién le ha dicho: no va más, no
sé de qué va esto contigo, yo lo siento en verdad. Ella ni se inmutó, le
facilité el camino para cumplir algo que le daba igual resolver.
La sensación de mi corazón acelerado me
vuelve monotemático ¿Por qué la pensadera no se da en otro momento del día? Mi
cabeza se carga de sucesos inesperados sobre los que nadie ha pedido
reflexionar. Si me dejo coger por el susto, me veré viajando en un bus escolar
deteriorado sin vidrios en las ventanas, en el que me acompañan uno que otro
zombi que come sus propias vísceras. Genial, adiós desodorante, ropa sucia, cepillo
de dientes y seda dental; hola nicotina por montones, café, disminución del
apetito. Amo esta ruta. No hay quién frene la mente. Con el hilo creativo se
pueden ir los besos que no llegan; y, la paja, es el mejor remedio para
quedarme seco y dormir. Las últimas imágenes, consciente antes de quedarme
dormido de nuevo, serán por montones: tetas ateridas de frío, dedos lubricados
entrando y saliendo en vaginas pulposas, vibradores que hacen gemir, culos
rojos de nalgadas, chorros y más chorros contra la pantalla del portátil, mis
dedos tecleando, mi boca sudando. Extraño el olor de sus cuerpos y lo peor que
puede pasarme es que el frío mengüe este calor.
Decido relajarme y de pronto masticando un
hielo aparece un duende que apaga el interruptor de mi procrastinación. Decido
conectarme con mi lado oscuro. El chat ilumina de blanco mi rostro y por fin
una chica me sigue el juego: Dama Nocturna, decide invitar a su casa a
Noctambulo Ardiente. Doy ctrl+G al texto en Word, y me concentro total en el
presente, luego de una breve charla de urgencias sexuales con archivos adjuntos
y un video en vivo: sus pezones sobresalen tiernos y duros como mis tetillas
¡qué rico!; me muestra su rostro angelical, perfecto; mis tetillas empiezan a
sentir que quieren sus mordiscos; es delgada pero carnuda; mis manos se
tensionan de estrujarme la polla roja de emoción; su lengua moja labios
carnosos, mi boca desea devorarla; me envía de nuevo foto de teticas, re envío foto
de polla lubricando a punto de estallar; después, le digo que deseo un primer
plano de su vagina, de su rajita, que delicia; espero y mientras tanto le envío
primer plano de mi cara de lobo queriendo devorarla a lengüetazos; primer plano
de mis manos apretando la polla ensalivada, ritmo, ritmo, ritmo. Su cámara se
desliza pasando por el ombligo hasta que llega a una polla carnosa y empiezo a
jadear en teclas; ella escribe un ¿vienes? Yo un ¡Sí, de una! Y queda claro lo
sediento que estoy. Sugiere que lleve algo de tomar como para aflojar más
rapidito. Y, no sé por qué ya listo para arrancar en mi carro, descubro que he
decidido llevarle sólo unas cuantas mandarinas.