Crónica publicada en el compilado de testimonios UMBRAL DE LA MEMORIA (Octubre 2010). Hacen parte de las crónicas escritas junto a María Fernanda Bolaños, para obtener el grado de Literatura (Diciembre 2009).
Publicadas gracias a Consuelo Malatesta, que se encontraba trabajando por esos días con la Fundación MAVI y se vio interesada en el ejercicio que Mafe y yo estábamos haciendo para cumplir con nuestro grado.
Bendito sea entre las mujeres pues las crónicas fueron publicadas en medio del ejercicio de entrevistas y testimonios que se compilaron con el objetivo de contar la violencia que muchas mujeres y sus familias vivieron en la temporada de terror del desplazamiento y el desarraigo de las zonas sin fronteras de nuestro país.
Redactó: José Rodrigo Valencia Zuleta
Editó: María Fernanda Bolaños Muñoz
Nací en Bojayá, Chocó, pero me críe en Ríosucio, de donde era mi mamá, Paula
Medina Morelo. Mi papá, Marcial Rivas, era de Sn. Juan. Mi mamá se separó de él
muy rápido, porque la estaba engañando con una vecina. Mi abuela me contaba que
fue mi mamá la que lo dejó por un brujo que le hizo la otra mujer. Ellas eran
“mujeres contrarias” y cuando la vecina pasaba por el rancho de mi mamá, le
tenía dos “perras”, le gritaba: “dicen que yo, dicen que yo” (no miran las
demás y hablan); y mamá desde adentro de la casa: “haré porqué, haré porqué”
(por algo lo digo).
Mi mamá terminó aborreciendo a ese marido y no duró con él sino cuatro meses.
Después le tocó coger otro, que tuvo como fruto a mi hermano, Ernesto. Pero a
este también lo dejó porque era muy pegón. Le pegaba mucho a mi mamá y le tocó
dejarlo. Ya con el último, ella murió en el poder de ese hombre (cuarenta años
de vivir). Con él tuvo siete hijos. Pero fue un padrastro que nos hizo la vida
difícil a mi hermano y a mí. Fíjese que a mí desde pequeña me tocó difícil: Que
hay que cortar leña –Paulina, Ernesto, vengan- Que no hay pa comer –Paulina,
Ernesto, vayan a pesca- Que sembrá el arroz, el maíz, el chocolate, los frutos;
que rosa el monte pa sembrá. Pa tumbá el monte y déjale libre el espacio a las
ramas pa brotá: pá eso estábamos Paulina y Ernesto, pá dañano la mano y los
pies con las pitas. Muy difícil me tocó desde pequeña.
Tenía catorce años cuando cogí marido. Domingo, de Río Sucio era él.
Déjeme le cuento. Él tenía un hermano, Victoriano, que murió ahogado por un
brujo que le hicieron. Él era enamoradizo y dio con una mujer casada que tenía
dos hijos con su esposo, Hipólito. De un momento a otro apareció con una
barriga, así de grande, y la abuela d’llos decía:
-A Victoriano le hicieron brujería –decía- porque esa barriga inflada,
así de grande, no es cosa de enfermedad conocida –Y él se murió ahogado.
Entonces la abuela llegó y dijo que eso así no se quedaba. Le dijo a Domingo
cualquier día:
-Domingo, convida a los hijos de Hipólito a trabajar al monte pa pode
dale brujo a uno de los dos. Así esa mujer va a sentir el dolor que yo he
sentido, lo que es perdé un hijo.
Domingo los llamó, les contó, acordaron pa trabaja el fin de semana. Se
les iba a paga por trabaja el monte. Me acuerdo que allá hasta la comida se la
daban al trabajador. No como hoy. O como acá. Bueno, estaban trabajando y Domingo
les dijo que iba a mirar si el almuerzo ya estaba listo. Era medio día y justo,
llegó allá y encontró servido, se sentó a come y así mismo llamó a los dos
muchachos, gritando, que estaba servido y siguió comiendo. En esto que lo escuchó
María Corina, que así se llamaba la abuela, salió de la cocina, atravesó la
sala de la casa y metió un grito que hasta los vecinos escucharon.
Ya los muchachos se estaban empezando a tomar su sancocho.
Domingo, se levantó asustado que hasta voltió esa comida, salió
corriendo y se fue por la salida trasera de la casa. Pues allá las casas están
construidas así, grandes, con puertas pa todo lado, no colindan sino con la
montaña y el río. No como acá, que si uno se va a saltar cerco no puede, porque
cae es a la casa vecina y tendría uno que pedir permiso. Él salió directo pal
río, pero nada. Los vecinos llegaron y preguntaron: qué pasa María Corina, qué
tenés abuela. Ella se delató de una porque los muchachos salieron corriendo,
pues con el miedo de que uno de ellos se iba a morir sin saber, con probar un
bocado de comida. Y la gente no dijo nada, porque sabían la historia de
Victoriano y esa mujer casada.
Domingo no aguantó, se empezó a retorcer. Que le mordía, que le picaba,
le latía y de un momento a otro esa gusanera le destapó una nalga, que le dejó un
hoyó grandísimo quedando el ambiente lleno de una fetidez que iba lejos. No
aguantó sino cuatro días.
Me quedé sola, con mis hijos, los cargué y me devolví pa donde mi mamá y
allá me puse a trabajar, vendía aguardiente, cerveza. Sembré arroz, maíz. Luego
con una plata que tenía empecé a vender queso. También un tiempo después, vendía
cortes, que las mujeres del pueblo me compraban pa hacerse sus vestidos. Es
ahora que venden todo hecho. En esa época las mujeres se vestían a su manera, a
su gusto. Yo me conseguía mis cortes pa venderles y ellas se hacían sus faldas,
sus vestidos completos, con tocados pal pelo.
Me acuerdo tanto que entre la familia nos reuníamos y trabajábamos
juntos, en comunidad, hacíamos minga y un día nos íbamos pa honde el uno a
trabajar el campo, a mejorar los ranchos, a labrar la tierra. Nos iba bien. A
mi me iba bien, pasando trabajos, que es un decir, porque uno como mujer tiene
que ver con todo en el hogar, eso sí.
Me la pasaba yendo de Río Sucio a Turbo, que es donde le dan remedio a
los perros pa ponerlos pa la caza. De Turbo pasaba a Apartadó, a donde me iba a
vender fritanga a los balnearios. Llevaba huevos cocidos, papa, empanadas. Bueno,
de todo. Por allá fue que me conocí con el Turco, que tenía una finca bananera.
Su nombre verdadero es Manuel Santos Valolle. Le dicen el turco porque cuando
nació en esa época, andaban unos extranjeros que venían de Turquía, y él nació
más claro que oscuro, ¿sí me entiende?, y se ganó ese apodo desde pequeño.
Resulta pues, que él desde que me vio era enamorado de mí. Pero yo no andaba
pa enamoramientos, no pensaba en eso. Entonces un día se me acercó y me dijo.
-Vamos a tomar fresco a “Aladino”.
-¿Qué? –Le respondí- No puedo dejar mi fritanga, yo estoy trabajando y
esto es pa mis hijos y pa mí.
-Hágale. Sume todo. Le compro todo y nos vamos a aguardientiar al balneario
de Luis Antonio. Y eso se lo lleva pa su casa pa comérselo con sus hijos.
Pues yo dije que Sí. Sumé, le cobré, él me pagó. Le dije que me
esperara, que yo iba a mi casa a dejar todo. Lo dejé metido y no volví. Me
quedé en mi casa con mi comida pa mis hijos. Se quedó esperándome como por tres
o cuatro meses que lo volví a ver. Pues resultó siendo compañero de Ernesto,
que se había ido a prestar servicio. Éste empezó a calentarme la oreja: que yo
cómo le había hecho eso a su conti, que mi conti es buena gente, que me
convenía. Y vea, todo eso y más. Salimos adelante, teníamos tres casas. Yo
seguí comerciando con su ayuda.
Hubo una época en que salieron de moda los relojes tres tornillos, los
mejores, costaban como $3000 y me lo compré. Resultó que por esos días habían aparecido
unos panameños, que andaban de turistas y además enamorados de mi reloj. Que se
los vendiera, que era que ellos no conseguían de esos relojes en Panamá. De
conseguirlos en el comercio irían a ser muy caros. Y muy cierto, porque allá lo
que entraba era de contrabando y panameño que iba a cruzar frontera, lo
revisaban por todo lado, no fuera andar pasando mercancía. Yo accedí y se los
vendí a $3700, que en esa época era muchísima plata. Tanto, fíjese, que con eso
compramos un casco pa ponerlo a trabajar cruzando el río. Además,
pusimos una residencia. Residencia y estadero el Totumo “El 3700”. Todo lo que
empezamos a conseguir le fuimos poniendo “El 3700”. Al casco, a la tienda, los
bafles del equipo de sonido. Luego todo eso empezó a producir y conseguimos 5
motores fuera de borda, dos cascos más, un Yamaha 40-Enduro, un marine 25,
motores 09. Después pusimos una tienda mixta, una miscelánea donde se conseguía
de todo, desde medicina, hasta esmalte de uñas, papelería, de todo había y todo
tenía la marca de “El 3700”.
El Turco, se volvió Inspector de policía como diez años. Y así habíamos completado
quince años de vivir, cuando se dio el primer desplazamiento en 1997, en marzo,
pa un día lunes. A todos nos tocó salir corriendo, los que alcanzamos pues.
Faltaban veinte minutos pa las cinco de la mañana cuando escuchamos los
explosivos, balas, ruidos de botas en la calle. Nos tocó irnos, dejar todo.
Mujeres en pijama, hombres en calzoncillo, a todo el mundo se le veía en
cualquier facha porque no hubo tiempo de nada. Eso fue en Salaquí, Río Sucio.
Dios no quiso que muriéramos.
Una vez más las dificultades aparecían. Estuvimos como un mes y medio viviendo
en el monte. Cerca al Río Truandó. Fue entonces cuando a mí se me ocurrió
empezar a formar comités. Ya nos habíamos empezado a organizar allí. Pero los
grupos armados seguían en la zona. Todo estaba muy difícil. Le dije al Turco
esto y empezamos a andar de pueblo en pueblo. Conocimos por todo lado, andando
confiados porque allá nadie roba a nadie, como en los circos, como los que
predican el evangelio, sólo que en vez de maleta cargábamos un equipo de
sonido, música. La gente siempre nos recibía, nos conocían en todo lado y donde
nos necesitaban llegábamos a organizar la comunidad. Con estancos, sacábamos en
consignación aguardiente, cerveza y se vendía fritanga. Se hacía de todo con la
gente, nos colaborábamos. Hasta que hubo un destierro definitivo como de 700
familias. Que fuimos ayudados luego por la Hna. Rosa y el Padre Leonidas. Ellos
nos llevaron a Pavarandó, Antioquia. Allá recibimos mucha ayuda y duró bastante
tiempo, como del 98 al 2000, año en que empezaron a aparecer muertos, gente
nuestra, gente de por ahí cerca del pueblo, y gente que nos ayudaba, gente de
la comunidad. Eran el ejército y los paras que nos tenían rodeados.
El lío en estas tierras ha sido su riqueza, desde siempre. Esto se
empezó a llenar de industria maderera que lo destruía todo. Todo lo
contaminaba. En el río se morían los pescados por el veneno que le echaban a la
madera, para que no se la comiera la polilla. Talaban los bosques. Nosotros no
teníamos energía, acueducto, nada de eso y vivíamos bien. No había industrias y
por eso fue lo de los comités. Gracias a la ayuda del padre y la hermana que
nos aconsejaban, que nos decían nuestros derechos, nos hablaban de lo que era nuestro,
que peliáramos por todo eso. Que al fin y al cabo, nunca habíamos existido para
el Gobierno. Que si ahora se habían acordado había sido pa destruir, no para
ayudar, pa desterrarnos, pa tener que vivir un éxodo forzoso.
Ellos no se iban a ir, nosotros tampoco. Entonces, al menos pedíamos que
por comunidad se nos diera unos galpones, plantas de luz, marranos, dos vacas y
un toro pa nosotros estar bien y continuar con lo que éramos y siempre habíamos
sido, gente del campo. Fíjense, esto acá son tierras muy ricas naturalmente.
Hay madera, hay pescado, hay minas de sal, de cal, carbón, de oro. Los
alimentos, todo acá es bueno. Son tierras muy explotables. Además, en Turbo,
que ya es Mar Caribe, colinda con el canal de Panamá. Entonces, las ambiciones
son perversas. Por acá hay mucho buque de alta mar, el mar también está lleno
de petróleo y además la droga (coca, marihuana), imagínese usted. También
quieren las tierras pa sembrar palma africana, pa sacar aceite. Cómo va a dejar
uno que acaben con los animales del monte y los del río. La misma gente se
empezó a enfermar porque el agua del río se contaminaba con el veneno que le
echaban a la madera. Los pescados no se podían comer.
Entonces, formábamos comités de mujeres que hacíamos las veces de
voceras para las peticiones. Nos reuníamos con los hombres y ellos nos decían
que más fácil nos atendían a nosotras. En su mayoría ya estaban solas con sus hijos,
sus maridos habían muerto y siendo cabezas de hogar la situación se dificulta
muchísimo y así mismo les tenían que ayudar, prestar atención a sus palabras.
En general, a toda la comunidad que éramos muchos los sufrientes de todo esto.
Hicimos de todo. Nuestra cultura nos integraba en comunidad y lo que teníamos
era música, refranes, quejas, peticiones, denuncias que en los ratos libres
volvíamos canciones. Por ahí empezó lo de cantar. Esa es la cultura del negro.
Ya sería por los muertos que aparecen, por amenazas y demás, que el padre nos reúne
y nos dice que es mejor irnos. Nos lleva a Medellín y nos ha conseguido pa
viajar a todos. Unos se van pa Cartagena, pal cauca, pa todo lado pegamos.
Nosotros decidimos venirnos pa Cali. Eso fue como en el 2001 y acá no la
pasamos de un lado pa otro, de Cali a Sevilla, de Sevilla a Tulúa. Luego
conseguimos quedarnos como nueve meses en Monte Loro, gracias a un hacendado
que luego de ser desplazado, consigue dos fincas. Una la coge pa él y la otra
no la da a nosotros. Pero de allá salimos volados porque la guerrilla y el
ejército empiezan a pelear y nosotros en medio.
Nos devolvimos pa Cali, que es donde estamos ahora, aquí en Lagos Uno,
que es una invasión toda de gente desplazada que se acomodó en la Escuela Daniel
Guillard. Nos enteramos que en Navarro se estaba organizando la comunidad para
conseguir un lote que iba a dar el Gobierno y que a nosotros nos podía tocar
uno de esos por nuestra condición. Pero resulta que de allá, el día de la
entrega, nos saca la policía. Queman unos ranchos que habían construido y
destruyen con Bulldogs. De allá conseguimos volver a la invasión de Lagos Uno.
Lo que paso en Navarro, fue que nos habían dicho que esos eran egidos, terrenos
baldíos que no le pertenecían a nadie. Que por derecho deberían de habérsenos
otorgado a nosotros. Pero nada. De aquí mismo intentan sacarnos quemando todo,
destruyendo y es cuando decidimos demandar todos los afectados de Navarro y los
de aquí, de la invasión Lagos Uno, en medios, prensa, radio, televisión y fue
la única manera para que se nos dejara en paz.
Uno se pone a pensar que llora o muere del dolor. Esto es muy duro, uno después
de haber tenido prosperidad, tener que vivir la discriminación por color de
piel, por el acento. Es muy difícil la ciudad cuando uno viene del campo. Aquí
uno no puede hacer lo de antes, nada es de nadie. Lo miran a uno con desprecio.
Las oficinas de la U.A.O son racistas. Otros tantos sacan provecho de la
situación del desplazado pa ganar dinero haciendo entrevistas, libros, reportajes.
Y uno nunca alcanza a ver nada del testimonio que ha dado. Todo el mundo le
promete a uno pero no cumple. Hay esta esa “carta cheque”, que pa mi casa, pero
que no se puede cambiar todavía porque está el valor del beneficio pero nada
físico y palpable pa poder gastarlo y conseguir una casita.
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